De lo que pasa en la vida, no todo se agradece.

Un pequeño espacio para revisar brevemente la lógica de sentir que debemos suprimir nuestras emociones porque hay que estar agradecidos. Como si estar triste o con rabia por algo significara no valorar lo que tenemos o alguna situación de privilegio en la que estamos. Parafraseando a Virginia Satir, todas las personas tenemos el derecho a sentir lo que sentimos y no lo que deberíamos sentir o pensar.

Y a veces sí, estar en una posición de privilegio se agradece, pero no se debe volver el lugar para desconocer otros dilemas también profundos, otros procesos, que también limitan.

El dolor del cual uno se siente culpable es de lo peor, porque no se puede hablar de él. Es lo que por ejemplo puede pasar con muchas mujeres y personas dedicadas a trabajos relacionados con el cuidado de otros, que implican un gran desgaste físico y emocional, y que deben estar agradecidos porque por lo menos hay trabajo. De esta manera se cierra la posibilidad para reconocer la frustración o el cansancio y por ende en tomar acciones adecuadas de autocuidado. Ahora, por otro lado, quejarnos no garantiza tampoco nada, por ejemplo, cuando se acude a la queja para reforzar una posición (de victima) esperando que sea otro el que solucione el problema o que este se solucione mágicamente por sí mismo.

El acudir a otro es un paso muy importante. La búsqueda de apoyo es muy útil en los casos en que el otro puede servir de testigo comprensivo de la situación, ofrecer recomendaciones, o incluso apoyo físico o material. En todos estos casos es muy importante tener presente que solucionar la situación no es responsabilidad del que ayuda.

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